Israel ha asesinado en Beirut a Saleh al Aruri, líder militar de Hamás y número dos de la organización. El procedimiento no es nuevo.
Israel tiene un largo historial de asesinatos selectivos de líderes de Hamás y, antes, de todo tipo de dirigentes de la Organización para la Liberación de Palestina, desde miembros del marxista Frente Popular para la Liberación de Palestina al socialdemócrata Fatah. La resistencia palestina nunca se ha debilitado por ello, al contrario: los mártires constituyen un elemento esencial para la cohesión interna de una sociedad que discrepa entre sí de casi todo, pero que reverencia indistintamente a sus caídos.
Tampoco es nueva la violación israelí del territorio de otro Estado: Líbano, Túnez, Siria, Reino Unido, y, en fechas recientes, Qatar, Irán, Turquía o Jordania han sido escenario de “operaciones especiales” de los cuerpos de seguridad israelíes, que cuentan con distintos nombres: Mosad, Shin Bet, Shabak, Aman… Israel le ha sacado un gran partido al juego de los nombres.
Así que a lo que asistiremos tras el asesinato de Saleh al Aruri —junto con otros dos fedayines de Hamás— es a una mayor hamasización tanto de la sociedad palestina como del enfrentamiento regional. Netanyahu lo sabía cuando dio la orden, no hay que engañarse. La planificación venía de hace semanas, desde que se inició la evacuación de los pueblos cercanos a la frontera con el Líbano, unas 60.000 personas. También la reciente retirada de Gaza de una brigada de élite anuncia los preparativos para la escalada con Hezbolá.
La cabeza de Al Aruri hace tiempo que tenía puesto precio: en 2018 el Departamento de Estado anunció una recompensa de cinco millones de dólares a quien diera pistas que condujeran a su localización. Pero al mismo tiempo, Al Aruri ha sido un mediador decisivo en conversaciones secretas, intercambio de prisioneros y establecimiento de puentes en beneficio de los intereses entrecruzados de Israel, Estados Unidos, Irán, Siria, Turquía y Líbano. Si justo ahora el Gobierno israelí ha tomado la decisión de acabar con él, sin duda se debe a las necesidades de Netanyahu.
El asesinato de Al Aruri es, entre otras cosas, una provocación a Hezbolá, que difícilmente quedará sin respuesta. Y eso que en estos tres meses de destrucción de Gaza Hezbolá ha practicado una política de contención que casi podría considerarse de Estado, si tal cosa existiera en Líbano. Su líder, Hasán Nasralá, tiene la última palabra. Influirá también la matanza de un centenar de personas en Kermán, Irán, en un homenaje al general iraní Qasem Soleimani, asesinado en Bagdad en 2020 por drones estadounidenses.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Netanyahu se sabe sin futuro cuando acabe la guerra y huye hacia delante. Sobre el asesinato de Al Aruri, el primer ministro ha impuesto silencio a los suyos, civiles y militares. Lo contrario sería reconocer una ejecución extrajudicial, prohibida por el I Convenio de Ginebra. Y abundaría en el descrédito internacional de Israel, que empieza a ser alarmante tras la demanda por genocidio que Sudáfrica ha presentado ante el Tribunal Internacional de Justicia. Es algo que preocupa en Israel, que ha anunciado que acudirá a defenderse, gesto inusual en su trato con los organismos internacionales.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_