Con la muerte de Ventura Pons, fallecido hoy a los 78 años en su casa de Barcelona por su accidente casero, desaparece una figura clave en el cine catalán, un realizador que marcó el cambio de siglo con la presencia habitual de sus películas en la Berlinale (donde participó cinco años de forma consecutiva en la sección Panorama), y que volcó en sus filmes su habilidad para el diálogo, capacidad que había pulido en sus primeros pasos artísticos en el teatro. El director de Anita no pierde el tren; Ocaña, retrat intermitent, Caricias o Amic/Amat recibió, entre otros premios, el Gaudí de honor, la Medalla de Oro de las Bellas Artes o el Nacional de Cine de la Generalitat. En su despedida, la Academia de cine catalana ha subrayado: “Uno de los más importantes cineastas de nuestro país y que más ha hecho por el cine catalán y en catalán”.
Bonaventura Pons i Sala nació en 1945 en Barcelona. Durante el último lustro del franquismo se dio a conocer como director teatral, antes de saltar a la dirección con el documental Ocaña, un retrato intermitente (1978), una mirada a la Barcelona de la época a través de José Pérez Ocaña, artista, performer y activista en favor de los derechos LGTBI. Las múltiples facetas de Ocaña, creador líder de la contracultura barcelonesa a la vez que luchador contra las convenciones sociales y la represión sexual cuando todavía la policía detenía a los homosexuales bajo el paraguas de la ley de peligrosidad social, le sirvieron a Pons como espejo de sus propias inquietudes sexuales, intelectuales y culturales. El documental se estrenó en la sección Una cierta mirada del festival de Cannes de 1978.
En 1985, tras el éxito de la sátira El vicario de Olot, Pons funda su productora El Films de la Rambla, que le proporcionará vuelo artístico, a la vez que conectó, y se benefició económicamente, con las facciones más defensoras de la cultura catalana en catalán. Así arrancó una etapa fructífera en la que enlazaba película tras película, en una suerte de Woody Allen local (un parecido que se acentuaba porque a ambos sus títulos, comedias habitualmente urbanas, los distribuía la misma empresa, Lauren Films). En el caso de Pons, el ritmo lo mantenía adaptando las obras teatrales más palpitantes del momento, de autores como Josep Maria Benet i Jornet, Lluïssa Cunillé, Sergi Belbel o Josep Maria Miró, a los que sabía dar un atractivo audiovisual. Y acompañado además, en ese salto, de varias generaciones de actrices espectaculares que con Pons despuntaron en el cine tras triunfar en el teatro.
Así llegaron hasta 19 películas, como El porqué de las cosas (1994), Actrices (1996), Caricias (1997), Amic / Amat (1998), Morir (o no) (2000), Anita no pierde el tren (2000), donde emparejó de manera sorprendente —y con gran resultado— a Rosa Maria Sardà con José Coronado, Manjar de amor (2001) —su salto a un rodaje internacional en inglés y el cierre de su racha en Berlín—, Amor idiota (2004), Animales heridos (2005), La vida abismal (2006) o Barcelona (un mapa) (2007), su cuarta y última candidatura a los Goya. Consciente del poder de las nuevas tecnologías, las abrazó: un ejemplo es que fue uno de los primeros cineastas españoles con página web propia. “La hice para facilitar que la gente tuviera las cosas que me pedían sobre mis películas. Cuando hacemos una nueva película, ponemos fotos, una sinopsis, resúmenes de prensa… Actualizo la página de entrada desde mi casa”, recordaba en 2003.
“No puedo quejarme, porque soy uno de los cuatro o cinco directores con presencia internacional. Llevo 700 festivales en mi vida, 32 retrospectivas, y no en sitios pequeños. Es cierto que mi cine ha viajado por todo el mundo de forma increíble, contra viento y marea. Y ha tenido mayor reconocimiento internacional que aquí”, contaba a EL PAÍS en una entrevista en 2014. Ese mismo año Pons lideró una iniciativa para reabrir, como los cines Texas, la antigua sala de cine Lauren Gràcia, en su barrio de Barcelona. El final del confinamiento supuso también el cierre definitivo del mítico local.
Pons rodó además, un puñado de documentales interesantes. Al ya mencionado Ocaña, un retrato intermitente, sumó El gran Gato (2002), que logró un enorme eco gracias a su dibujo de otro mito, el rumbero Gato Pérez, fallecido en 1990 con tan solo 40 años, músico al que Ángel Fernández-Santos definió en la crítica del filme como “cantante de rock filtrado a través de ritmos de salsa arrabalera”; o Cola, colita, colissa (2014), sobre la fotógrafa catalana que retrató desde la gauche divine a la miseria de las chabolas. A la búsqueda de ese algo más, como con el documental Ignasi M. (2013), la historia de Ignasi Millet, un reputado museólogo que tuvo que cerrar su empresa e hipotecar su casa ante la crisis económica, también arriesgó sus propias posesiones: “Yo creo que hay que luchar por las cosas en las que crees en la vida. La verdad es que me dicen si me he vuelto loco por filmar estas películas”. El estado de salud de Pons se volvió frágil tras sufrir un ictus en 2013, y su última aparición, donde se mostró debilitado, fue hace unos días en el funeral de Colita, aunque su fallecimiento se ha debido a un accidente casero.
En su penúltimo largo de ficción, Miss Dalí (2017), ahondó en la vida de la hermana de la figura del surrealismo. Con su clarividencia portentosa, Jordi Costa retrató al cineasta en su crítica de este biopic: “Tras 45 años de carrera resulta evidente que en Ventura Pons hay muchos cineastas posibles: el que se reactiva aquí es el que ya se manifestó en la extraordinaria Una merienda en Ginebra (2013). Es decir, el Pons que hubiese podido ser un excelente director de dramáticos para la BBC”.
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