Dom. May 19th, 2024

Bernard Pivot, el periodista que durante décadas modeló los gustos literarios de los franceses con su programa Apostrophes y demostró que se podía hablar de libros en televisión con éxito de crítica y público, ha muerto este lunes en Neuilly-sur-Seine, cerca de París. Tenía 89 años.

Mil veces quisieron imitarlo, en Francia y más allá de sus fronteras, pero nunca nadie dio con la fórmula. Un estudio de televisión con público, un grupo de contertulios hablando de libros, peleándose a veces, riendo, bebiendo. Una mesa baja, las cámaras filmando en directo. Lo que los salones literarios eran en el siglo XIX lo fue Apostrophes en el último tercio del XX. En medio de aquel salón, el perfecto director de orquesta: Pivot, ingenioso y socarrón, hábil en el manejo de los egos presentes en el estudio y capaz de mediar entre ellos y el telespectador. Sus programas ―Apostrophes entre 1975 y 1990; Bouillon de culture entre 1991 y 2001― eran profundos y entretenidos.

Hubo un tiempo en Francia, allá por los años ochenta, en el que un tercio de los libros que se vendían en librerías era porque habían hablado de ellos Pivot y su banda. El programa tenía entre 2,5 y 6 millones de espectadores. Allí nacían y morían glorias literarias. La nómina de invitados es un quién es quién de la literatura francesa y occidental. Algunas de las entrevistas de Apostrophes ―la entrevista era un formato excepcional, pues lo habitual era la tertulia sobre novedades literarias― son clásicos del género, de visión obligada para lectores y fans: Vladímir Nabokov, Alexander Solzhenitsin, Marguerite Yourcenar, Georges Simenon, por citar a unos pocos. Hay otros programas memorables, que no dejan de circular por las redes sociales y youtube. La borrachera en directo de Bukowski. O Serge Gainsbourg increpando al cantautor Guy Béart. También desfilaron políticos por Apostrophes ―una cita obligada si querían demostrar que eran leídos―, desde Mitterrand hasta Felipe González.

“Su éxito se explica porque era el intérprete de la curiosidad pública, pero no lo hacía como intelectual sino como hombre del pueblo”, dice por teléfono el escritor Pierre Assouline, amigo suyo. “Es alguien con quien cualquier francés podría identificarse. Y esta era una singularidad, porque la mayoría de personas que hace programas culturales son intelectuales. Él no. Era ante todo un periodista.”

El historiador Pierre Nora, en el prólogo de un libro de entrevistas con Pivot, califica de “única” su trayectoria. “Única en la historia de la televisión (…), única en el paisaje editorial y literario que él contribuyó profundamente a orientar y ordenar (…), única también en la historia literaria y periodística (…), única finalmente por su duración.”

Fueron 25 años de televisión literaria, una media de cinco autores semanales, 250 libros al año, libros que él se leía a la a a la z en sesiones de hasta 12 horas diarias. No en vano el libro con el historiador Nora se titulaba Le métier de lire (El oficio de leer). Allí revelaba algunas de sus recetas privadas. De entrada, hablar con los autores de una manera “más bien distendida, espontánea y popular”.

Se impuso normas: “preguntas cortas”; considerar que “cualquier respuesta, incluso decepcionante, es más importante que la pregunta”; “no olvidar nunca que es también el telespectador quien pregunta y es él también quien escucha la respuesta.” Y añadía: “En cada programa parto de este postulado: el público no sabe nada, yo tampoco, y los intelectuales y escritores saben muchas cosas. Sin embargo, habiendo yo leído sus libros, sé lo suficiente como para ser el mediador entre la ignorancia de unos, que no piden otra cosa que aprender, y el conocimiento de los demás, que no piden otra cosa que transmitir su saber. Un programa de Apostrophes de éxito es aquel en el que los telespectadores salen mejor informados, más cultos, menos ignorantes de lo que eran antes del programa, sienten el deseo irresistible de saber más y, para ello, compran y leen los libros sobre los que hemos conversado durante 75 minutos”.

De todo se habló en sus programas, y de todo se dijo durante tantos años en antena; también hubo episodios que seguramente quiso olvidar. En 1990, Pivot invitó a Apostrophes a Gabriel Matzneff, que acaba de publicar uno de sus diarios donde narraba sus relaciones con adolescentes. “¿Cómo es que usted se ha especializado en las colegialas y las chiquillas?”, le preguntaba Pivot a Matzneff. Había risas entre el público y los invitados. Entre los invitados, solo la escritora canadiense Denise Bombardier, pensó que había algo anómalo: “Me parece que vivo en otro planeta… El señor Matzeneff me parece despreciable”. Matzeff replicó: “Señora, no sea agresiva”. Cuando en 2020 Vanessa Springora publicó El consentimiento, en el que narraba la relación abusiva con Matzneff cuando ella tenía 15 años y él 50 , Apostrophes salió malparada. “Evidentemente, lo lamento”, escribió Pivot en la prensa, “porque además pienso que no pronuncié las palabras que habría debido”.

Pivot nació en una familia de tenderos en Lyon. Pasó la guerra en la región del Beaujolais: acabaría escribiendo un Diccionario amoroso del vino. “No frecuenta escritores, prefiere el fútbol y el vino”, decía Nora. Su único escritor amigo, le confesó a Nora, había sido Jorge Semprún. Después de estudiar periodismo en París, en 1958 entró en el suplemento literario de Le Figaro, donde aprendió el oficio de lo que él llamaba “gacetillero” cultural. Jamás se consideró un crítico. Combinar la curiosidad, las lecturas y la divulgación del gacetillero le armaría para crear Apostrophes en los años setenta y más tarde Bouillon de culture. Vivió una segunda vida tras jubilarse de la televisión al frente de la Academia Goncourt, el más prestigioso de los premios literarios franceses. También organizaba los concursos de dictados que tanto éxito tienen en Francia: él acabó encarnando la literatura y la lengua francesas, auténtico núcleo de la identidad de Francia.

Pivot era puro esprit francés. Francés y cosmopolita. ¿Exportable? Cuenta en Le métier de lire que, en sus viajes al extranjero, a menudo le preguntaban: “¿Por qué no tenemos nosotros un programa como Apostrophes?”. Y él les respondía: “¡Porque no quieren!”.

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