La aparición del cineasta iraní Mohammad Rasoulof (Shiraz, 52 años) en Cannes, donde lleva ya varios días, está provocando oleadas de solidaridad, admiración e incluso cierta devoción. Huido de su país hace apenas tres semanas, en cuanto se confirmó una sentencia que le condenaba a ocho años de prisión, latigazos y la confiscación de sus propiedades por el delito de “colusión con la intención de cometer crímenes contra la seguridad del país”, Rasoulof aparece sonriente en la rueda de prensa, acompañado de las dos actrices que encarnan a las hijas en su película, La semilla del higo sagrado, otra de sus aproximaciones al demonio que anida en el régimen de su país a base de devorar el alma de la gente. Su drama ha logrado aplausos en las distintas sesiones, y parece razonable que entre en el palmarés de la competición: el filme tiene una impecable composición, que roza lo increíble cuando Rasoulof cuenta cómo lo hizo.
Para el cineasta, que ha pasado varias veces por la cárcel, que ha vivido tiempo en arresto domiciliario (cuando promocionó en verano de 2021 para la prensa española el estreno de su anterior filme, La vida de los demás, Oso de oro en Berlín, respondía a las videollamadas desde una habitación de su casa, que no podía abandonar), Europa es una liberación y una despedida. Por eso ha empezado el encuentro recordando a quienes no han podido acompañarle en el certamen francés: “Los actores [la pareja que encarna al matrimonio está retenida en Teherán, y por eso ayer Rasoulof portó sus fotos en la alfombra roja] me dieron unas interpretaciones increíbles a pesar de las dificultades; el director de fotografía, el sonidista, el equipo de maquillaje, el de vestuario… Todos tienen retenidos sus pasaportes, no pueden salir. A todos ellos, mi corazón está con vosotros. Y también muchas gracias a quienes me ayudaron desde fuera, como el compositor o el montador Andrew Bird: en sus manos dejé toda la película”. Rasoulof reconoce que poder reencontrarse con su hija, la actriz Baran Rasoulof, también ha calmado su espíritu.
La semilla del higo sagrado sigue el hilo que desde hace años une la filmografía de Rasoulof: el impacto en individuos concretos, “en cómo el demonio habita en sitios comunes”. Por ello, apunta: “Reflexiono sobre cómo la gente justifica sus conductas. Me gusta incidir en esa parte psicológica, en cómo acabas siendo un esclavo del sistema. Hasta los nombres con los que bautizo a mis personajes nacen de gente real”. La trama se desarrolla en 2022, cuando una familia recibe con alegría el ascenso laboral del padre, nombrado investigador judicial, antesala de la posibilidad de ser juez. Su esposa empieza a pensar en una casa más grande, sus dos hijas adolescentes, en tener un cuarto para cada una. Pero estalla la ola de protestas surgida por la muerte de la joven Masha Amini, golpeada y arrestada por llevar mal puesto el velo, y las tres mujeres empiezan a cuestionar lo que ocurre a su alrededor. La espiral de violencia incluso llega a su casa a través de las brutales heridas sufridas por una amiga de las chicas. Mientras, el cabeza de familia es absorbido por el régimen, entra en una fase paranoica, y la casa se convierte en una olla presión. La pregunta de las hijas le machaca: ¿qué hace el padre cada día cuando sale de casa? ¿Por qué no contesta al móvil? Además, Rasoulof usa los teléfonos de las chicas para mostrar vídeos de las manifestaciones y de la represión ejercida por el gobierno iraní.
“La idea nació”, cuenta el cineasta, “tras años de mi confrontación particular contra los servicios secretos. Todos los personajes nacen de situaciones reales, los servicios secretos reconocerán esos pasillos de los tribunales revolucionarios”. Las revueltas de 2022 las vivió de en la cárcel, donde charlaba con otro grande del cine iraní, Jafar Panahi, también preso. “Hablaba con él de los ecos de lo que nos alcanzaban desde fuera. Incluso empezaron a entrar los presos políticos. Uno de los monstruos del régimen un día me dio un bolígrafo, y me dijo que cada día entraba en prisión y veía la puerta cerrarse recordaba la pregunta de sus hijos sobre a qué se dedicaba allí. Y ahí arrancó el guion”.
Rasoulof ha querido lanzar un mensaje de ánimo a la comunidad cinematográfica de su país: “La rebelión lleva años dentro en el cine iraní, y hemos seguido filmando a cualquier coste, sin aceptar la censura. Esos luchadores tienen todo mi respeto. Mi mensaje es ‘No os dejéis intimidar por la censura’. Por supuesto que hay miedo. Tenemos que luchar por dignificar la vida en Irán. Las nuevas generaciones lo están haciendo”. Y puso ejemplo práctico para que el resto del mundo entendiera lo complejo de lo mostrado: “El público americano no entenderá que ver a una actriz, como las que aparecen en mi filme, sin usar velo, es un acto en sí mismo de valentía”.
¿Tiene miedo a su futuro? “Cuando miro al pasado, me cuesta a veces reconocerme porque me arrasó la ira, me sobrepasó el enfado, cuando, por ejemplo, no pude acabar una de mis películas por entrar en prisión. Que quede claro: la República islámica es capaz de hacer cualquier cosa en cualquier sitio. Usa la religión como arma política, y mis películas inciden en ese adoctrinamiento, sobre en cómo el sistema entra en tu cabeza y la ocupa. La República islámica es una dictadura que ha tomado como rehenes a los iraníes. Yo tuve que decidir huir para seguir contando historias”.
Desde enero, la vida de Rasoulof ha sido un constante aumento de tensión. “Tuve que soportar una enorme presión en mis espaldas”. Y explica el rodaje: “Cuando estaba en la cuarta semana de rodaje, en marzo, acabando el filme, me anunciaron la condena que podía recibir. Llamé a mis abogados y decidimos recurrir. A mi favor estaba que como era el año nuevo en Irán, el proceso se demoraría un mes. Acabé corriendo la película, incluso di instrucciones para acabarla por si me detenían; el material empezó a salir a escondidas. Yo sabía que cuando el régimen viera la película, se añadirían nuevos cargos a mi condena. Apelamos la sentencia, no hubo suerte y nos anunciaron que en una semana la condena se ejecutaría. Supe que los servicios secretos habían empezado a interrogar a miembros del equipo. Solo tuve dos horas para decidirme: ¿quería ir a prisión o debería abandonar el país que amo y sumarme al exilio cultural iraní? Elegí lo segundo, dije adiós a mis plantas, todavía me cuesta hablar de esto, miré desde la ventana de mi casa a las montañas y a los muros de la cárcel, porque se veían desde allí, y me despedí”.
Tras pedir dinero en efectivo a un amigo, se deshizo de todos los aparatos electrónicos, para que no le rastrearan. “Lo bueno de la cárcel es que conocí a gente muy distinta, e hice contactos que me fueron muy útiles en mi huida. Me sacaron a pie a un país que no puedo nombrar, y estuve un día en una villa cerca de la frontera desde la que contacté con el consulado alemán. Como he vivido allí siete años, en Alemania están registradas mis huellas dactilares, podían confirmar mi identidad. Al día siguiente de llegar a Alemania lo hice público”. El viaje hacia la libertad lo hizo en 28 días.
Para acabar, Rasoulof se permitió una broma: “Como para que no me encontraran iba sin móvil, como los gánsteres, ahora mi equipo y yo somos los gánsteres del cine. Hubiera sido más fácil traficar con cocaína que hacer cine”. Y a las nuevas generaciones les aconsejó: “No permitáis que la censura os intimide. Solo tienen un arma, el terror. Que las autoridades no os amedrenten. Creed en vuestra libertad”.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_