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Michael Cohen admite haber robado 30.000 dólares a la Organización Trump cuando trabajaba para el expresidente | Elecciones USA

La defensa de Donald Trump, acusado de 34 delitos por falsificar el registro del pago de un supuesto soborno a una actriz porno para comprar su silencio, ha tenido este lunes la última oportunidad de minar la credibilidad del testigo estrella, Michael Cohen, en su día mano derecha del republicano y en cuyo testimonio la Fiscalía sustenta la acusación en el primer juicio penal de los cuatro que afronta el expresidente de EE UU. Cohen, quien se encargó en octubre de 2016 del pago de 130.000 dólares [cerca de 120.000 euros] a Stormy Daniels para evitar un escándalo sexual que perjudicara a su jefe en las urnas —fue elegido presidente un mes después—, ya declaró la semana pasada en sesiones maratonianas, y ni entonces, ni este lunes, ha perdido la compostura pese al bombardeo de preguntas de la defensa, instalado en un imperturbable monosílabo: Sí, señor (o no, señor), a piñón fijo.

En la jornada de este lunes, el interrogatorio ha incidido aún más en la cuestionable credibilidad de Cohen. Si en las sesiones de la semana pasada Cohen admitió haber mentido en varias ocasiones —en sus declaraciones ante el Congreso por la trama rusa que originó el primer impeachment o juicio político al entonces presidente; al fisco y en sede judicial—, Todd Blanche, que lidera el equipo de abogados de Trump, sacó hoy a relucir oscuros episodios, alguno inédito, de Cohen en continuos saltos temporales que confundieron a muchos en la sala. Blanche tenía reservado un golpe de efecto: los miles de dólares que el entonces abogado y fixer (solucionador) del republicano detrajo a la Organización Trump, al embolsarse más dinero del que dijo haber gastado con una empresa tecnológica, RedFinch, propiedad de un amigo suyo, a la que se habían encargado encuestas de intención de voto que favorecieran a Trump. La tecnológica cobró 50.000 dólares por el trabajo. Cohen solo les pagó 20.000, aunque aseguró a la empresa de Trump haber pagado el importe íntegro, que le fue reembolsado por partida doble, hasta los 100.000 dólares, para incluir los impuestos. “¿Robó usted a la Organización Trump, verdad?”, preguntó Blanche. “Sí, señor”, admitió Cohen sin alterarse.

Esos 50.000 dólares que sisó estaban incluidos en el pago de 420.000 dólares que el abogado recibió tras adelantar el dinero para pagar a Daniels. La cantidad final incluía el reembolso del soborno, un bono y dinero para cubrir los impuestos. Cohen justificó el robo diciendo que se sentía mal pagado por haber gestionado aquel servicio: “Me enfadé por la reducción de mi bono, así que sentí que era casi como una autoayuda”, ha explicado.

Se espera que Cohen, el 19º testigo de la Fiscalía, sea el último, aunque sigue sin estar claro si la defensa llamará a alguno propio. Aunque el juez Juan Merchan aspiraba a zanjar esta semana el caso, con la presentación de los argumentos finales por las partes, cuestiones de procedimiento, y el indisimulado intento de la defensa de alargar todo lo posible el proceso, demorarán una semana más el cierre, el momento en el que el juez encomiende al jurado de 12 miembros —residentes en Manhattan, donde radican la Fiscalía que ha instruido el caso y la sede del tribunal penal donde se celebra el juicio— que alcancen un veredicto por unanimidad a partir de todo lo oído y visto en siete semanas de juicio.

Blanche ha intentado en todo momento sugerir que los cheques recibidos por Cohen de la Organización Trump, todos ellos como gastos legales, lo fueron en realidad, ya que asesoró jurídicamente al candidato y posterior presidente y a su familia. Por ejemplo, aconsejó a Melania Trump, en 2017, acerca del contrato firmado con el museo de cera Madame Tussaud para ceder su figura. Sin inmutarse, claro y audible, como si un piloto automático respondiese por él, Cohen no dio señales de disgusto o incomodidad pese a la andanada de preguntas de la defensa y repitió mecánicamente el argumentario ya escuchado a la Fiscalía: cómo en 2015 entró a formar parte de una trama criminal, junto con Trump y el editor del tabloide National Enquirer, para silenciar toda información potencialmente dañina para los intereses electorales del republicano. Y cómo, tras girar a Daniels los 130.000 dólares el 27 de octubre de 2016, dos semanas antes de las elecciones que el republicano acabaría ganando a Hillary Clinton, fue reembolsado en 2017 en varios cheques consecutivos por sus diversos servicios. Nueve de ellos, de 35.000 dólares cada uno, ha explicado este lunes, procedían directamente de Trump y estaban firmados de su puño y letra.

En la pantalla gigante que emite por circuito cerrado la vista a la sala habilitada para acoger al público —a particulares y a periodistas— no se muestran planos cortos, y resulta difícil ver más que una cabecita anaranjada, la de Trump, en el extremo inferior derecho de la pantalla. El propio Cohen admitió el jueves haberse referido a su antiguo patrón como, entre otras lindezas, “villano de dibujos animados espolvoreado de Cheetos”, un popular aperitivo de rabioso color naranja. En la pantalla, que no pocos presentes enfocan con unos prismáticos, solo aparece un plano corto, el del testigo: un Cohen circunspecto, con corbata rosada y unas gafas de quita y pon para examinar en un monitor las pruebas aportadas por la defensa.

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El abogado titular del equipo de la defensa ha presentado a Cohen, además de como un mentiroso impenitente, como un oportunista que solo pretendió sacar provecho de su privilegiada cercanía a Trump antes de que el impago de unas cuantas facturas legales por parte del presidente iniciase el camino sin retorno de la ruptura, un camino que ha vuelto a reunirlos estos días en Manhattan. Beneficiarse de esa proximidad, y posteriormente de su enemistad, se convirtió, según Blanche, en el modus vivendi de Cohen, quien reconoció que trató de hacer un programa de telerrealidad sobre sí mismo, titulado The Fixer, un claro reflejo del programa que lanzó a Trump al estrellato —y hacia la Casa Blanca—, El Aprendiz. El testigo también admitió haber ganado alrededor de cuatro millones de dólares con sus libros y podcast desde el otoño de 2020. No obstante, aseguró no tener ningún interés económico en una hipotética condena de Trump. Si fuera absuelto, declaró, “me dará más de que hablar en el futuro”.

Trump cabeceaba y cerraba los ojos, como si no quisiera ver ni oír, y su antiguo hombre de confianza contestaba sin mover una ceja, ambos a un palmo de una distancia en la que lo más difícil es no cruzar una sola vez la vista. La última parte del interrogatorio de la defensa pasó revista a los contactos de Cohen con el abogado Michael Costello, muy próximo a Trump y que en su día sirvió de canal para contactar a los dos hombres, ya enemistados.

Mientras la defensa, machacona, insistía en sus maniobras dilatorias, que tan buen resultado le han dado hasta ahora con los otros tres procesos penales (en Washington, Georgia y Florida), un mensaje de la campaña de Trump a los equipos de recaudación de fondos se quejaba falsamente de que el republicano “puede ser enviado a prisión de por vida”. Cualquier momento es bueno, incluso el aparente duermevela del acusado en el banquillo de un oscuro tribunal de Manhattan, para hacer campaña. Con gesto de fastidio, aprovechó también hoy el paseíllo a la entrada y salida de la sala para clamar contra su rival en noviembre, el demócrata Joe Biden, a quien calificó de “mentalmente incapacitado” para presidir Estados Unidos. “Este juicio es un ataque dirigido por quien está mentalmente incapacitado para ser el presidente del país”, dijo Trump, que también se quejó lo “oscura y fría que es la sala” donde se ve obligado a sentarse de lunes a viernes (salvo los miércoles) en horario de oficina, “en vez de estar haciendo campaña”.

A las puertas del tribunal, entre un considerable despliegue policial y de parabólicas y cámaras de televisión, unos pocos trumpistas, contados con los dedos de una mano, se manifestaban cansinamente mientras otra marcha de signo contrario aseguraba, según la pancarta, que “nadie está por encima de la ley”.

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By Laura R Manahan

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