Imagina un planeta sin estaciones, donde dos años transcurren en tres días y la luz nunca llega a los polos. Donde cada tres meses (terrestres) se alternan temperaturas tan altas en su superficie que pueden fundir plomo y tan bajas que congelan el metano. Pero sobre todo piensa cómo sería contemplar desde ese lugar tan extremo una puesta de Sol en la que la estrella se sumerge en el horizonte para un momento después volver hacia atrás, como si alguien hubiera apretado el botón de rebobinado, y un día o dos después desaparece normalmente en el ocaso del oeste.
Ese planeta tan extraño está aquí al lado y le hemos dado el nombre de Mercurio. La estrella protagonista de tan impresionantes atardeceres es la nuestra y el planeta viaja alrededor del Sol más rápido que cualquier otro objeto del Sistema Solar, completando una órbita completa cada 88 días. Mercurio es muy brillante en el cielo. Pero debido a su proximidad al Sol es muy difícil de estudiar, por eso no lo conocemos bien.
Se mueve rápido en el cielo y es pequeño, por eso en la Grecia antigua se asoció al planeta con el papel del mensajero que ponía en contacto a un dios con otro (antes no tenían satélites de comunicaciones). Mercurio toma su nombre del dios romano de los tenderos y comerciantes, ladrones y embaucadores. Está relacionado con el dios egipcio Thoth y con el nórdico Odín y como objeto celeste también ocupó un lugar destacado en la cultura Maya. Toda esta relevancia mitológica en diversas culturas pone de manifiesto algo muy sencillo: es un objeto prominente en el cielo nocturno.
El planeta gira muy despacio, por eso sus días son tan largos, un día en Mercurio equivale a 58,6 días terrestres. Su año, que dura 88 días terrestres, es muy corto, por algo es el planeta más cercano al Sol. No tiene el periodo de rotación sincronizado con su periodo orbital, como ocurre en el caso de la Luna, pero ambos periodos son parecidos, en lo que conocemos como un acoplamiento 3:2. Esto quiere decir que por cada vuelta alrededor del Sol (periodo orbital), Mercurio rota una vez y media alrededor de su eje y que en dos órbitas completas alrededor del Sol el planeta gira tres veces sobre su eje, así que no tiene un lado del planeta siempre mirando al Sol y el otro en completa oscuridad. Eso sí, los periodos alternados de oscuridad y de luz son muy largos.
Mercurio se mueve con una órbita bastante elongada a una distancia promedio de 57,9 millones de kilómetros alrededor del Sol. En una órbita tan elíptica, según la segunda ley de Kepler, la velocidad del planeta cambia mucho en sus puntos más extremos. Por eso, cuando Mercurio está en el perihelio, el punto más cercano al Sol de la órbita, se mueve a una velocidad de 59 kilómetros por segundo, por comparación la Tierra lo hace a 30 km/s. Recordar que fue precisamente la medida del avance del perihelio de Mercurio explicada en términos de curvatura del espacio-tiempo, una de las piezas claves para probar la teoría de la relatividad general.
En la superficie de Mercurio amanece por el este y anochece por el oeste, como en la Tierra. Pero una vez al año, cuando pasa por el perihelio, el movimiento orbital sobrepasa el lento rotar del planeta y ese día el devenir del Sol en su cielo se interrumpe. En ese punto de su órbita es cuando se pueden contemplar tan extraños atardeceres. La estrella se detiene completamente en el cielo mercuriano y se mueve hacia atrás para retornar a su camino normal a medida que desciende la velocidad del planeta al desplazarse en la órbita.
Como Mercurio está más cerca del Sol, la luz que llega a su superficie es siete veces más intensa que en la Tierra. Y esa luz tiene unos tres meses para calentar su superficie. El planeta gira muy despacio y como consecuencia, las temperaturas en su superficie son lo suficientemente altas, nada menos que 420 grados, que podrían fundir plomo (y ahora recomiendo un pequeño paseo a tu cocina para determinar qué temperatura puede alcanzar tu horno). Del mismo modo, el tiempo que transcurre desde que se pone el Sol hasta que vuelve a salir es de aproximadamente tres meses terrestres. Tres meses en completa oscuridad para enfriar la superficie del planeta hasta temperaturas nocturnas que alcanzan cotas inferiores a los -170 grados, donde el metano y el dióxido de carbono se congelan.
Además, Mercurio no tiene estaciones porque gira sobre su eje casi perpendicularmente a su órbita, eso implica también que en las regiones polares los interiores de los grandes cráteres están permanentemente a la sombra. Uno de los grandes misterios que tratará de resolver la sonda BepiColombo es determinar si esos cráteres contienen azufre o hielo.
El pequeño planeta tiene un campo magnético similar al nuestro, solo que con un 1% de su fuerza y es único entre los planetas rocosos de nuestro Sistema Solar porque, como la Tierra, tiene un campo magnético autosostenido. El porqué la Tierra o Mercurio mantienen un campo magnético y Venus, Marte o la Luna no lo tienen es algo que todavía no entendemos. Mercurio esconde todavía muchos interrogantes que la misión conjunta de la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) BepiColombo está en camino de descifrar. Solo ha sido visitado dos veces con las sondas Mariner 10 y Messenger.
BepiColombo será la tercera sonda lanzada a un planeta único, pequeño, misterioso y difícil de explorar, pero que nos ha ayudado a sentar las bases de la física actual y que seguramente nos dará pistas fundamentales para comprender la historia evolutiva de nuestro Sistema Solar y de la formación de la Tierra.
Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología, y Eva Villaver, Directora de la Oficina Espacio y Sociedad de la Agencia Espacial Española, y profesora de Investigación del Instituto de Astrofísica de Canarias.
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