Quedamos a salto de mata, digo a salto de la endiablada agenda de Álvarez, en la sede de Onda Cero, en la periferia de Madrid, donde acaba de ser entrevistada por Julia Otero, y donde los colegas de la competencia nos ceden amablemente una sala para la charla. La vida de Henar Álvarez, cómica y podcáster, es últimamente una yincana de trabajo, viajes para promocionar su segundo libro, Ansia, y treguas en casa con su hijo, de 7 años. Así que, como el fotógrafo la retrató al vuelo en la estación de Atocha durante uno de esos tránsitos, hoy no se ha complicado la vida y se presenta sin más artificio que el pelo enrollado en un moño sobre la coronilla y dos rabillos en los ojos sobre la cara lavada. No hace falta romper el hielo, aunque no nos conozcamos. Es vernos, y sonreírnos, cómplices. Hace años, ella puso un tuit en el que decía que estaba en el Vaticano, le habían obligado a cubrirse los hombros para entrar en la basílica, pero que lo que no sabían los vigilantes es que no llevaba bragas en tan sagrado templo. Una turba de tuiteros, entre ellos yo misma, se lanzaron a afearle esas formas y ella tomó nota. De formas y fondos va esta conversación. Y la vida.
Ya no se mete en tantos charcos en las redes.
No, me quité de Twitter (ahora X) y ahora solo lo utilizo para difundir mi trabajo. A ver, que yo critico mucho, opino de todo, y me encanta cotillear sobre otros, pero con mis amigos en los bares o en privado. Como sé lo mal que se pasa cuando de repente te llega un aluvión de mierda en las redes, hace tiempo que no escribo nada personal en ellas.
¿Por qué cree que nos enzarzamos tanto?
Porque nos aburrimos, y nos apetece un drama. Es como cuando te levantas con ganas de discutir con tu pareja, o con el primero que se te ponga por delante, pero a lo bestia. En redes estamos demasiado excitados, sobreinformados, consumimos mucha más información de la que necesitamos, y nos pasa como con la droga. Cada vez desarrollas más tolerancia y necesitas más, más rápido, más fuerte. Yo, antes de quitarme, si tenía 3.000 mensajes, los veía todos.
¿Le afectaban más los buenos o los malos?
Antes, los malos. Ahora me da igual. Igual de malo es leer mil comentarios llamándote puta que otros mil llamándote diosa, porque no soy ni una cosa ni otra.
¿Ha tenido el síndrome de la impostora?
Nunca. Te lo juro. Creo que tiene que ver con la cantidad de peña mediocre que he visto trabajando a mi alrededor. Pienso, si a este tío, porque la mayoía son tíos, no le da vergüenza hacer eso, por qué la voy a tener yo, que soy mejor que él, aunque sea por comparación. Sé que soy muy buena en lo mío, me revienta la falsa modestia. Mucho. Hasta darme ganas de abofetear a la gente que dice con la boca pequeña que no es brillante, o guapa, cuando sabe que lo es.
¿Esa seguridad en sí misma es genuina o conquistada?
La verdad es que también hay mucho de política en ella. Tengo muchas inseguridades, si hablaras con mis amigas te lo dirían. Mi libro, por ejemplo, se lo di a leer a mucha gente, y les hacía millones de preguntas. En el fondo, solo me muestro segura cuando estoy trabajando. Ahí no me gusta mostrarme vulnerable, no porque no lo sea, sino porque me parece que ya tenemos muchos referentes femeninos de ese palo. Entonces, hostia, me sigue mucha gente, y siento que tengo una responsabilidad con ella.
O sea que gasta coraza gruesa
Sí, la verdad.
No será de maquillaje, aunque su protagonista, Natalia, se pincha bótox a chorro.
Eso es una crítica al sistema. La estética es una forma de tenernos a las mujeres controladas. Cuando era pequeña, se llevaban las modelos de delgadez extrema y veíamos gorda a Kate Winslet en Titanic, tía, que la veo ahora y digo madre mía. Es que hasta yo, que soy una persona humana, he caído en la trampa. He dejado de usar filtros en mis redes, porque vi el peligro. No puede ser que yo, que soy guapa, tengo una cara armónica, cuando dejaba de usarlos, veía a un monstruo. No critico a quien lo haga, pero ves a chicas de 20 años que se quitan las líneas de expresión y parece que tengan 30. Es una locura.
Su novela se titula ‘Ansia’. ¿Cómo es de ansiosa?
Mucho, pero fíjate que esa ansia mía la relaciono más con el placer que con el estrés. Soy muy pasional y, como el sistema nos quiere produciendo todo el rato, lo que me gusta, me encanta y lo devoro. Me gustó jugar con esa idea. A Natalia el ansia se le va de las manos, y, al final, no hace las cosas por placer, sino para controlar ese ansia.
Natalia es infiel, ve porno, usa a los hombres…
Pero no encuentra placer en ello. Como no controla su vida, controla su cuerpo. Usa el sexo más como instrumento de poder que de placer. Leí en alguna parte que nos vamos a la cama con nuestro cuerpo y nuestros roles de género a cuestas. No puedo estar más de acuerdo. Aquí y ahora, una tía que hace lo que quiere sexualmente hablando sigue siendo una puta a ojos de mucha gente. Yo veo en TikTok a chicos muy jóvenes diciendo que para que una mujer les guste no tiene que tener un body count (relaciones sexuales con personas distintas) elevado. Cambian los tiempos y las jergas, pero en el fondo es el mismo modelo machista del sexo que cuando yo era joven.
¿Cuánto de usted hay en Natalia?
Natalia no soy yo, pero tiene cosas de mí. Todos los personajes lo tienen, incluso los más repulsivos. Cuando escribo, cuando creo mis monólogos, rebusco en lo más repugnante de mí porque creo que la gente se puede identificar con algo de eso. Todos tenemos nuestras sombras.
¿Cuáles son las suyas?
Pues, por ejemplo, cuando las madres del cole insultan a Natalia llamándola puta por ser infiel o por escribir de su sexualidad, tengo que reconocer que yo también lo he hecho. Ahora tengo más conciencia, pero, de más joven, he insultado a otras mujeres por hacer lo mismo que yo. Nosotras también somos machistas porque vivimos en el mismo sistema.
Pero usted presume de ser libre.
No te creas que me considero muy libre. Tengo mis esclavitudes. Ahora que soy madre, me rayo pensando en que los audios y vídeos míos que hay por ahí puedan provocar que se burlen de mi hijo en el cole. Hay uno, por ejemplo, en el podcast Estirando el chicle, donde digo que he ejercitado tanto el suelo pélvico que puedo partir nueces con el coño. Te reirás, pero me da por pensar que lo usen para reírse del niño. Que a mí me da igual, pero ahora entra otra personita en juego. Eso me trastoca mucho.
¿Cree que eso le pasa a los escritores varones?
Por supuesto que no. No se nos mide por los mismos parámetros. El honor y la decencia de las familias recaen sobre el comportamiento de las mujeres. No hace falta irnos a personajes populares, en cualquier familia, se juzga más y más duramente a las madres que a los padres.
¿Qué otras cosas de usted no le gustan?
Te lo digo abiertamente: soy muy envidiosa.
¿Qué le da envidia?
La gente que tiene mucho dinero y mucho poder. Me da envidia el confort, la tranquilidad. No tener que preocuparte por nada. Para mí la felicidad es que nadie te toque los cojones ni te tosa. Para mí, el mayor cambio vital que he tenido en la vida fue no tener que pensar en no llegar a fin de mes. Y eso pasó hace solo seis o siete años. Y tengo 39.
Hablando de confort, ¿qué cosas le incomodan?
Uf, tantas… Desde que alguien no se duche en una sala cerrada, a que no se paguen los mismos sueldos en una empresa por el mismo trabajo y que estemos viendo un genocidio en Gaza, o que mi novio se meta en la cama sin lavarse los dientes. Tengo épocas en que me da todo más igual y otras en las que estoy más crispada.
Hay quien la llama ordinaria. ¿Le ofende?
No. Soy una persona ordinaria en base a lo que se espera de una mujer aquí y ahora. Hablo alto, digo tacos, me siento como caigo, no cruzo las piernas. No hago por caber en el molde que se nos ha impuesto y que es el que se premia y se bendice.
¿Ese feminismo que “nos une y no nos enfrenta” del que hablan algunos?
Qué pereza. Los movimientos sociales vienen a transformar las cosas, y cuando transformas la realidad, hay gente que sale perdiendo. Entonces, tienes que molestar. El feminismo que no molesta no es feminismo: es marketing.
Por cierto, ¿lleva bragas?
Hoy sí [ríe], pero podría no llevarlas.
‘ANSIA’ VIVA
El próximo 15 de septiembre, Henar Álvarez (Madrid, 39 años) piensa montar un “fiestón” para festejar su cuadragésimo cumpleaños. “Yo la única crisis que he pasado ha sido, quizá, la de los 30. Ahora, a los 40, estoy mejor que nunca. Además, cae en sábado, así que tendremos el domingo para reponernos”, explica. Álvarez, comunicadora, guionista y colaboradora de podcasts como Buenismo, bien y Estirando el chicle, acaba de recibir el Premio Ídolo a la creadora digital con más conciencia social. Ahora presenta su segundo libro Ansia, una novela sobre una escritora, madre de un niño pequeño, en plena vorágine personal y profesional. No es ella, aclara. Pero podría serlo.
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