La UE necesita pertrecharse para un mundo cada vez más complicado y peligroso. Elementos fundamentales en los que se apoyó el proyecto —seguridad de EE UU, energía barata de Rusia, comercio con China— se tambalean o están rotos. Tambores de guerra retumban a nuestras puertas. Tal vez, ojalá, los peores riesgos no se materialicen, pero es sabio activarse con fuerza para prepararse bien en caso de que surjan problemas aun mayores que los actuales y para disuadir a algunos que pueden tener malas tentaciones. Lograrlo será caro. Porque hay que ser honestos: los países de la UE, salvo en medida limitada Francia, no tienen una significativa capacidad de combate; porque, en conjunto, vamos rezagados con respecto a EE UU o China en tecnologías clave; porque somos muy dependientes en cuanto a recursos estratégicos. Ante este cuadro, mejorar la eficacia de las inversiones es necesario, pero no suficiente. Hará falta una gran cantidad de dinero. Por tanto, si se comparte el objetivo, hay que pensar bien en cómo financiarlo. La UE debería considerar seriamente una nueva emisión de deuda común.
Por supuesto, hay otras cosas que se pueden hacer. Europa cuenta con mucho ahorro privado, pero un mercado de capitales incompleto e ineficaz no deja fluir de la mejor manera posible el dinero. El exprimer ministro italiano Enrico Letta está estudiando reformas que puedan mejorar el mercado común y pasos en ese sentido serán útiles. Es dudoso, sin embargo, que puedan resultar resolutivos, sobre todo en el corto plazo. Es imprescindible que la inversión pública respalde los nuevos planes.
En ese sentido, una opción es la reorientación de las prioridades del presupuesto comunitario, que sigue anclado mayoritariamente en la política agraria y los fondos estructurales de cohesión territorial. Digamos que no son las prioridades más estratégicas. Pero es políticamente complicado tocar mucho ahí, como vemos con las tractoradas.
Los Estados miembros sin duda pueden y deben hacer más —algunos en mayor medida que otros—. Pero, aquí también, no es fácil hallar mucho margen fiscal. Algo se puede hacer, pero el volumen de lo necesario es grande, y los recursos no pueden proceder de recortes de servicios sociales que son el alma de la idea europea de sociedad. Esos recortes tal vez puedan parecerle bien a algunos políticos liberales y de derecha, pero serían un error. Por otra parte, financiar con subidas de impuestos puede restar competitividad global a la UE, que ya sufre en ese sentido. Y emisiones de deuda nacional para algunos son fáciles; para otros pueden serlo menos.
Naturalmente, debe tenerse en cuenta que los fondos NextGenerationEU, alimentados con la primera histórica emisión de deuda común aprobada para sobreponerse al shock pandémico, siguen en gran medida sin gastarse. Hasta la fecha, se ha entregado algo más de un tercio de los alrededor de 800.000 millones del programa. Queda bastante dinero. Pero ese programa se pensó y perfiló en otro tiempo —otro mundo—. Sin duda, sus inversiones verdes y digitales tenían y tienen sentido. Pero ahora hacen mucha falta otras cosas; el reparto del dinero entre receptores para estas cosas debería hacerse teniendo en cuenta nuevos factores y un largo etcétera que apunta a que el remanente no es la solución al enorme problema que afrontamos.
El Next Generation EU está dando un impulso al crecimiento menor a lo esperado. Hay que reflexionar sobre el porqué y sobre los elementos insatisfactorios de esta experiencia. Pero en conjunto fue una respuesta acertada a un shock exógeno. Ahora tenemos otro, que no tiene pinta de poder desvanecerse en un par de años como la pandemia y cuya resolución no es una cuestión de crecimiento de PIB. Los tipos de interés han sido altos en los últimos trimestres, pero cabe esperar que irán bajando. La deuda de los Estados miembros, tras situarse en un 90% de media en 2020, va bajando, y ahora ronda el 82%. Es un contexto en el que una nueva emisión no puede ser tabú.
Y, de hecho, si bien políticos liberales como el ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, han manifestado su rechazo a la idea, o políticos populares de corte ultraliberal al estilo Isabel Díaz Ayuso observan con recelo la implicación pública en la economía, hay otros liberales como Kaja Kallas o Emmanuel Macron que se han mostrado favorables a nuevos eurobonos, a que la inversión pública desempeñe un factor decisivo. Kallas ha propuesto una emisión de 100.000 millones de euros vinculados al esfuerzo para apoyar a Ucrania. Macron se ha referido a ellos en términos más genéricos. Las fuerzas progresistas de la UE deberían poner todo su peso para lanzar un debate, para que este asunto sea parte de la campaña de las elecciones europeas, más allá del apoyo puntual a Kiev. Y, si bien de entrada Berlín no es favorable, no debe infravalorarse el peso de las capitales que pueden tener un interés en ello, una potencial media luna que abarca los flancos mediterráneo, oriental y norte de la UE.
Hay mucho que hacer. No solo será oportuno tener una defensa que disuada a Putin de cometer otras agresiones si unos EE UU bajo Trump miran hacia otro lado. También lo es ser fuertes en capacidades productivas clave —como la de los microchips— o estar en la vanguardia de conocimientos que definirán el siglo —como la IA o la computación cuántica—. Un mercado eficiente es solo parte de la solución.
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