Incluso para lo habitual en Emmanuel Macron, un presidente acostumbrado a salirse del guion, descolocó lo que dijo en plena ola de las acusaciones de mujeres contra Gérard Depardieu, y las imágenes que le mostraban profiriendo obscenidades. “Es un inmenso actor”, dijo en una entrevista televisiva en diciembre, “ha declamado bellos textos, es un genio en su arte, ha dado a conocer el mundo entero Francia, nuestros grandes autores, nuestros grandes personajes. Como presidente de la República y como ciudadano, digo que es un orgullo para Francia.”
Depardieu pasó este lunes buena parte del día bajo custodia policial para ser interrogado por dos nuevas denuncias por agresiones sexuales durante sendos rodajes en 2014 y 2021. Al término del interrogatorio, la Fiscalía anunció que será juzgado por el segundo caso, el primer proceso en una estrella que a veces se ha comparado con el productor Harvey Weinstein en Estados Unidos, pero que por su celebridad e influencia cultural —lo demuestra la salida de Macron— significa mucho más en su país, y en el mundo.
Ya está imputado desde 2020 por un caso similar. Algunos casos se remontan más atrás; la denuncia de la actriz Hélène Darras por agresión sexual en 2007, archivada por prescripción, y otra también por violación y presentada en España por la periodista española Ruth Baza.+
“El último monstruo sagrado del cine”, le describían un grupo de artistas, escritores y productores que el pasado diciembre publicaron una tribuna en defensa de la presunción de inocencia del actor y su derecho a seguir trabajando. “Amado, demasiado amado, más allá de lo razonable” a lo largo de su carrera, el protagonista de Cyrano y otras películas taquilleras y clásicos del cine contemporáneo, “ve como la posteridad se desmorona bajo sus pies, en el momento de salir de escena en medio del oprobio y las pullas”. Así lo resumen los periodistas Raphaëlle Bacqué y Samuel Blumenfeld en un libro que acaba de publicarse en francés con un título elocuente: Une affaire très française (Un caso muy francés).
Porque, como expresaba Macron con su criticada declaración, Depardieu es casi un monumento nacional en su país. Proyecta en el exterior la imagen de un cierto tipo de francés, bon vivant, hedonista y desmesurado. Y es para los franceses un espejo que refleja un arte de vivir genial y excesivo. Es Cyrano de Bergerac y es Obélix, y es la tradición no de la racionalidad sino del exceso: por eso le llaman a veces “rabelaisiano”, por François Rabelais, el autor de Gargantúa y Pantagruel.
Era un “caso muy francés”, escriben los autores, porque encarna “la historia del pequeño canalla de provincias que sube a París, el genio de las réplicas de culto, el éxito que le sube a la cabeza, las mujeres amadas y maltratadas, la política nunca muy lejos, evidentemente los banquetes legendarios a los que hay que añadir vino, mucho vino”.
Pero el de Depardieu es también “un caso muy francés” por otros motivos. Este es el país, a fin de cuentas, en el que feministas históricas y feministas veteranas como Catherine Deneuve defendían en 2018, al estallar el Me Too en Estados Unidos, la “libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual”. Es el país en el que el Me Too autóctono llegó, antes que en el cine, en el mundo literario o intelectual y con casos de abusos a menores o incesto, como libros como El consentimiento o La familia grande. Y el país en el que la figura del escritor y el artista, del genio y la gloria nacional, ha gozado durante siglos de un estatus único, lo que permitía al actor “arrogarse todos los derechos, el de llegar borracho a los rodajes y tocar con sus manos los traseros”, según Bacqué y Blumenfeld. En los últimos meses, y en la estela de Depardieu, directores de culto como Jacques Doillon y Benoît Jacquot también han sido acusados por la actriz Juliette Godrèche de haberla violado siendo adolescente.
De Depardieu se sabía desde hacía tiempo como se comportaba en los rodajes o durante las giras profesionales. En 1991, cuando estrenó Cyrano y Green Card en EE UU y aspiraba al Oscar, su ambición para conquistar América ya sufrió un revés severo cuando salieron a flote unas declaraciones suyas en las que decía haber participado en varias violaciones siendo niño. Él mismo escribía hace unos meses en un artículo: “Yo he hecho con frecuencia lo que nadie osa hacer: poner los límites a prueba, hacer tambalear las certezas, las costumbres y, en el plató entre dos tomas, entre dos tensiones… reír, hace reír”.
Depardieu cultivaba este personaje, pero el mundo de los años 2020 no es el de los años 80 o 90. En abril de 2023, una investigación del diario Mediapart recogió 13 testimonios de mujeres que denunciaban “gestos o declaraciones sexuales inapropiadas”. La estatua, ya dañada su admiración por Vladímir Putin o sus problemas con el fisco, se agrietaba a cada nueva acusación.
Y, cuando este otoño la televisión pública emitió un documental con imágenes de un viaje a Corea del Norte, y se esuchaba su voz, aunque aquello solo eran palabras y difícilmente tendrán recorrido judicial, la estatua acabó de romperse. Mientras observaba unas mujeres en un centro hípico, comentaba ante la cámara: “A las mujeres les encanta ir a caballo, su clítoris se frota en la silla, estas zorras”. En un momento, se ve a una niña de unos diez años a caballo y se le oye decir: “Si galopa, ella disfruta.”
El documental precipitó la caída. “Durante años”, escriben Bacqué y Blumenfeld, “se le había perdonado su exilio fiscal, sus compromisos con una buena docena de dictadores y sus declaraciones rozando el conspiracionismo. Unos meses han bastado para aniquilar 50 años de carrera”.
La ministra de Cultura, Rima Abdul Malak, abrió un procedimiento para evaluar si Depardieu podía mantener la Legión de honor, máximo reconocimiento de la República. Macron la corrigió: las acusaciones y las obscenidades no eran motivo suficiente para quitarle la medalla. “Hay algo en la que nunca me verán participar: las cacerías humanas”, dijo. “Las detesto”. La ministra, unas semanas después, fue reemplazada. En una rueda de prensa, preguntado por su defensa del actor, se corrigió: “Si algo lamento, es no haber dicho con suficiente claridad lo importante que es la palabra de las víctimas”.
El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista en España, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.
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